viernes, 16 de enero de 2009

Bola de Nieve - Grandes Éxitos


Hay villas que la formalidad de las denominaciones coloca dentro del área metropolitana de la capital cubana, pero en verdad son ciudades de verdadera investidura independiente. Una de ellas es Guanabacoa.
Originada al este de la bahía habanera y separada por las infinitamente navegadas de ésta, del macizo urbano que comenzó a fomentarse alrededor de aquella legendaria ceiba, que hoy se rememora en El Templete. Sin desdeñar la gran ciudad, Guanabacoa desde sus orígenes se labró a partir de instituciones y costumbres una identidad propia. Esto tiene elocuente resonancia en las diversas manifestaciones sociales y muy especialmente en la cultura.
Allí nació el 11 de septiembre de 1911 Ignacio Villa Fernández y transcurrieron fundamentalmente en tal sitio su niñez y adolescencia. Perteneciente a una familia negra y pobre, tuvo muy pronto francas referencias del quehacer de la gente más humilde. Él, por su parte, especialmente gracias al desvelo de su madre, pudo ir a la escuela y ser desde temprana edad distinguido por el buen vestir. Su mamá lavaba y planchaba para la calle, tenía lo que por entonces se llamaba "un tren de cantinas"; y frecuentemente era llamada por familias muy pudientes para que les preparara la comida de sus banquetes. Todo eso hacía, pero a su niño no le podía faltar de nada.
A los ocho años entra a estudiar en el Conservatorio Mateu de su ciudad y más adelante tomó lecciones en otros centros semejantes de La Habana. En realidad no tuvo tan prolongados estudios académicos, pero como demostraría después, fueron los suficientes para hacerse un artista único, con su propio esfuerzo y la capacidad de aprender de todo cuanto se le ponía por medio.
Aunque en los Inicios de la década del treinta estuvo estudiando en la Escuela Normal de Maestros de la Habana, no tuvo que transcurrir mucho tiempo para que tanto él, la familia y los demás cercanos, advirtieran que lo suyo era la música y su instrumento el piano. Sencillamente solo alcanzaba la plenitud tocándolo. Quizás por ello uno de sus primeros trabajos fue como pianista en una sala de cine silente de Guanabacoa. Luego, en el estreno mismo de su mayoría de edad comenzó a presentarse en pequeños cabarets y otros centros nocturnos, incluso estuvo en una orquesta del maestro Gilberto Valdés.
Vio cantar por primera vez a Rita Montaner en 1924 y se quedó maravillado. Meses después, al concluir un concierto de Ernesto Lecuona, no pudo resistir la tentación y se acercó a la inigualable cantante y actriz. Al decirle su santo y señas ella se dio cuenta de que siendo un niño muy pequeñito lo había tenido en sus brazos, cuando su madre iba por su casa a cocinarle a la familia. A partir de ese momento empezó a frecuentar su hogar y se establece una relación entre ellos, que sin dudas va á resultar definitoria en la carrera artística de Ignacio Villa.
Ella lo había visto tocar, conocía el repertorio que dominaba el joven y su facilidad para montar con virtuosismo piezas nuevas; por ello, ante el asombro del joven, un buen día de los primeros años treinta es llamado por Rita, que se había quedado sin pianista acompañante, para que se ocupe de ello. Hay referencia precisa, según el investigador Ramón Fajardo, de que el 27 de octubre de 1932 él la acompañó en un espectáculo celebrado en el habanero cine Fausto. A esas alturas Rita era ya una rotunda gloria de Cuba, por lo cual andar en su cercanía era un auténtico espaldarazo para Ignacio Villa, pero hubo más. Ella lo puso en contacto con un muy valioso repertorio de canciones criollas y algo de la mayor importancia. La Montaner le transmitió una disciplina de trabajo muy rigurosa que lo acompañó toda su vida. Ensayar a profundidad y durante largos días una pieza, para después salir a escena y hacerla con gracia y espontaneidad, que parecen haber salido de un impulso inmediato.
Condiciones muy por encima de las posibilidades medias encontró Rita en él, como para elegirlo como su acompañante cuando en enero de 1933 se fue contratada a trabajar a México. Ignacio Villa no había cumplido todavía veintidós años y estaba entrando para siempre por ese camino de luces, sombras, aplausos y saludos, mediante el cual los artistas verdaderos, después de muchas angustias y sudores, empiezan a hablar de tú a tú con la fama.
Entraron a México por Yucatán y en principio no era un contrato largo, pero la aceptación de Rita allí y después en Veracruz, la llevaron definitivamente a la capital mexicana. Antes de que ello ocurriera, para anunciar su actuación primera en tierra azteca, la cantante mandó a poner sin consultárselo: "Rita Montaner con su pianista Bola de Nieve''. Ella sabía que así le decían los muchachos del barrio que le veían tocar, negro y cargado de libras, en el cine silente de Guanabacoa. Y con ese mismo apelativo lo llamó a escena para que cantara y por supuesto se acompañara al piano, una noche en que se quedó sin voz. Justo en este punto de la vida de Ignacio Jacinto Villa Fernández, empezaba a tomar cuerpo el personaje colosal, que se montaría por encima de sus denominaciones de pila.
Antes de eso en Cuba acompañó cantantes y películas mudas y hasta tocó el piano en orquesta; pero no hay noticias de que en algún escenario hubiera cantado apoyándose en ese instrumento, que se convirtió en parte de su integridad.
Anduvo por muchas plazas mexicanas acompañando a Rita y después a otros cantantes como al floreciente Pedro Vargas, pero sin dudas crecientemente le fue atrayendo a Ignacio Villa, representar a Bola de Nieve. De tal modo que en cabarets, teatros y muy especialmente en emisoras radiales se hizo muy popular ya en su condición irrevocable de Bola. Su voz de persona diciendo las canciones en contrapunto con un piano preguntón y delicioso. Su cara pícara como la luna antillana para levantar la sonrisa oportuna y para ser el espejo apasionado de las muchas penas que se tejen en cualquier canción. Y siempre su voz diciendo la canción con filin, poniéndolo a uno entre la espada y la canción, siendo él mismo la canción de la que por suerte, jamás podrá salvarse.
Como sucedería años más tarde con Benny Moré, al regresar a La Habana a finales de 1934,nadie en la Isla sabía quien era Bola de Nieve y tampoco se acordaban mucho de que existía un muchacho pianista de Guanabacoa, que respondiera al nombre de Ignacio Villa. Quien presentó a los cubanos a Bola de Nieve fue el entrañable Ernesto Lecuona, el que ya en México lo había integrado a su compañía y ahora lo pasearía por las principales plazas de la mayor de las Antillas. Sin desdeñar requerimientos de Lecuona o de otros importantes músicos, él pule a diario su personaje de Bola de Nieve, para lo cual, además del talante histriónico, su sabiduría del piano y su voz de "vendedor de duraznos había que hacerse de un repertorio muy particular, suyo nada más. Para ello fue capaz de cantar no sólo en español, sino también en inglés, francés, catalán, italiano, portugués y chino.
Bola acudió a obras compuestas en Cuba por muy conocidas figuras o salidas del anonimato que se hunde en el folclor nuestro, y a todas ellas, a partir del resorte de sus posibilidades creadoras, las dotó desde su emplazamiento insular, de una inefable expresión universal. Sucede con Babalú de Margarita Lecuona, Ay, mamá Inés de Eliseo Grenet, Chivo que rompe tambó y El Manisero de Moisés Simons, Mesié Julian de Armando Oréfiche y de modo relevante con ese anónimo llamado Mamá perfecta.
Él se adueña de canciones, que muy difícilmente uno quiere escuchar en otra voz que no sea la suya, sin importar en dónde y cuándo fueron creadas, sólo basta que sean canciones que puedan ser un vehículo óptimo para ese personaje llamado Bola de Nieve. Pienso en La flor de la canela de la peruana Chabuca Granda, La vie en rose de la francesa Edith Piaff, Alma mía de la mexicana María Grever, Vete de mí de los argentinos hermanos Expósito, Aunque llegues a odiarme, del también azteca Vicente Garrido. Este poderío para enseñorearse de composiciones muy estratégicas de muchos de sus semejantes, se hace evidente hasta el deliquio en títulos de sus paisanos, como No puedo ser feliz de Adolfo Guzmán, Me contaron de ti de René Touzet, Tú no sospechas de Marta Valdés y Adiós felicidad de Ela O'Farrill.
Quienes pudieron gozar de la jugosa conversación de Bola de Nieve, se refieren con frecuencia a su severidad crítica para enjuiciar cualquier canción que llegaba a su conocimiento; quizás por ello comenzaba por su propia obra. No pocas veces se le escuchó decir que sólo había compuesto algunas "cancioncitas". Y claro, él sabía muy bien que no era cierto. Su catálogo autoral está pleno de algunas de las más arrasadoras canciones de amor compuestas en Hispanoamérica. Están para demostrarlo Ay, amor; Si me pudieras querer, No dejes que te olvide y Tú me has de querer. ·
Bola cantó en los cuatro puntos cardinales del planeta y aunque nunca desdeñó los importantes clubes, cada vez más fue llamado a los más importantes teatros de España, Rusia, México, Perú o los Estados Unidos. Aquí en Cuba, en realidad él llegaba a la mayoría de las personas por la radio y en especial por la televisión. También en algunas actuaciones en teatros más bien de sobria cantidad de butacas. Sin embargo, creo que justo en 1971, cuando la muerte casi siempre ejerciendo su profesión de inoportuna, lo alcanza allí mismo en México -donde había empezado a construir su personaje-, él estaba siendo descubierto y gozado cada vez por más personas de su Cuba. Esa certidumbre la cobré por vez primera cuando en los primeros minutos del 26 de julio de 1970, rompió a tocar en el escenario del original teatro Amadeo Roldán de La Habana rebosado de público. Afuera y muy cerca estaban miles de personas entregadas a los goces del carnaval, pero dentro del prestigioso coliseo no cabía un alma más. Todos escuchaban esa trenza magnífica que es la voz y el piano de Bola, mientras él hacía su repertorio más exigente con toda delicia. Antes de marcharse de las tablas, con la candidez del niño de Guanabacoa que nunca dejó de ser, hizo que el piano vibrara con la Marcha del 26 de Julio.
Sacudidos por su muerte repentina, o por la impresión que desata escucharle, se escribieron poemas y canciones como la de Carlos Varela que habla de su entrañable fantasma en el restaurante Monseigneur. Y a través ,de los años he conocido intérpretes que le han tributado homenajes con espectáculos y discos, como la peruana Susana Baca y los cubanos Miriam Ramos y Pancho Céspedes. Ellos han puesto la devoción y el empeño por dialogar, o prolongar, el ejercicio de uno de nuestros músicos irrepetibles, y los demás tenemos que agradecer el gesto; pero al final en verdad, para los momentos en que uno necesita quedarse con uno mismo, o compartiendo en la luz que comienza o en la penumbra que camina hacia lo oscuro, con lo que más se quiere: no hay nada semejante como la voz cómplice de Bola cayéndonos encima._ Bladimir Zamora Céspedes.


Bola de Nieve - Grandes Éxitos (2007)

Temas:
01. Ay, Amor! (Ignacio Villa)
02. Vete De Mí (Hermanos Expósito)
03. La Flor De La Canela (Chabuca Granda)
04. Babalú (Margarita Lecuona)
05. Drume Negrita (Eliseo Grenet)
06. Si Me Pudieras Querer (Ignacio Villa)
07. No Puedo Ser Feliz (Adolfo Guzmán)
08. La Vie En Rose (Edith Piaff)
09. Alma Mía (María Prever)
10. Adiós Felicidad Ela O'Farrill)
11. Be carefull It´s My Heart (Irving Berlin)
12. Me Contaron De Ti (René Touzet)
13. No Dejes Que Te Olvide (Ignacio Villa)
14. Tú No Sospechas (Marta Valdés)
15. Felicidad (José Sabre Marroquí)
16. Vito Manue (Nicolás Guillén/Eliseo Grenet)
17. Ay Mamá Inés (Eliseo Grenet)
18. Espabílate (Nicolás Guillén/Eliseo Grenet)
19. Ya No Me Quieres (María Grever)
20. Tú Me Has De Querer (Ignacio Villa)
21. Aunque Llegues A Odiarme (Vicente Garrido)
22. Mamá Perfecta (Anónimo)
23. Chivo Que Rompe Tambó (Moisés Simons)
24. Mesié Julián (Armando Oréfiche)
25. El Manisero (Moisés Simons)

1 comentario:

  1. Chumancera muchas gracias ya he tenido el placer de obtener este Cd de Bola de Nieve, agradecido nuevamente.

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